Entrevista a historiadora Méndez: ¿Debemos seguir festejando el 28 de julio?

screenshot.2694La historiadora Cecilia Méndez, a contracorriente de nuestra educación oficial, propone repensar en la historia de nuestro país. Si bien la independencia es proclamada el 28 de julio de 1821 por José de San Martín, existieron otros personajes como Túpac Amaru, Pumacahua y los hermanos Angulo que iniciaron la independencia; quienes no tienen relevancia en la historiografía narrada por una élite intelectual. La magistral entrevista fue realizada por la revista IDEELE.

La historiadora Cecilia Méndez, a contracorriente de nuestra educación oficial, propone repensar en la historia de nuestro país. Si bien la independencia es proclamada el 28 de julio de 1821 por José de San Martín, existieron otros personajes como Túpac Amaru, Pumacahua y los hermanos Angulo que iniciaron la independencia; quienes no tienen relevancia en la historiografía narrada por una élite intelectual. La magistral entrevista fue realizada por la revista IDEELE.

LA INDEPENDENCIA COMENZÓ ANTES DE SAN MARTÍN

La Independencia no ocurrió el 28 de julio de 1821; entonces, ¿qué es y cuándo fue?

Esa frase es una provocación. Desde niños nos enseñan que la Independencia debe recordar el día de la proclama de San Martín en Lima. Cuando afirmamos que la Independencia no se inició ese día, lo que tratamos de decir es que hubo, desde antes, todo un proceso que no puede ser ignorado y que ha sido silenciado y olvidado por la historia, pese a que en él participaron muchos peruanos. Fueron insurgencias que estallaron principalmente en las provincias y que, curiosamente, al narrar la Independencia se les suele ubicar como un simple pie de página. Es con esa intención que hacemos una afirmación categórica, que puede ser chocante pero que precisamente invita a la gente a pensar qué es la Independencia y a sacar sus propias conclusiones.

¿Cuándo se inicia y cuándo llega a su fin este proceso?

Una de las peculiaridades de la historiografía peruana es que no hay claridad respecto de cuándo comienza la Independencia; no hay un hito inicial que inspire un mínimo de consenso. Oficialmente celebraremos el Bicentenario en el 2021 porque conmemoramos el día de la proclamación, pero somos una excepción. Ningún país de América Latina, salvo Brasil, conmemora la Independencia el día de la proclamación. San Martín lanzó una proclama por la que el Perú fue declarado libre de los españoles, pero esa proclama la habían lanzado antes varias otras ciudades del entonces virreinato peruano, como Piura, Trujillo y Huánuco, y también los rebeldes del Cuzco en 1814. Si te pones a pensar, en América Latina —México, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia o Chile—, ninguno de esos países celebra su Independencia conmemorando el día que la consiguió, ni siquiera el día en que se proclamó, sino el día del primer acto insurgente, considerado como la primera acción de ruptura con España, y es el caso de las juntas insurgentes. En todos los demás países los hitos oficiales de la Independencia son los hechos que marcan el inicio de un proceso. Somos el único país que celebra casi el final, y ni siquiera conmemoramos el día en que se consiguió la Independencia, porque en ese caso recordaríamos la Batalla de Ayacucho. Celebramos la proclama que se dio en la capital del Perú.

Por otra parte, si le preguntabas a la gente hace 30 o 40 años cuándo comenzó la Independencia, probablemente el 80% te hubiera respondido que con Túpac Amaru, porque esa narrativa fue promovida por el gobierno militar que se instaló en 1968 y se convirtió en la narrativa oficial: la Independencia se inicia en 1780 con la rebelión de Túpac Amaru y termina con la Batalla de Ayacucho en 1824. Los libros de colegio plasmaron esa narrativa, hoy desmoronada, porque ningún historiador académico —en Lima, al menos— va a repetir esa idea con tanta seguridad. Puede ser que mucha gente te diga que Túpac Amaru fue uno de los iniciadores, pero narrar su rebelión como parte de un proceso continuo, como se contaba antes, es muy difícil, por lo menos desde Lima.

Quienes promovemos el concurso no podemos afirmar categóricamente en qué fecha se inició el proceso. Con él queremos plantear a la gente esa pregunta y generar un debate sobre la necesidad de repensar la Independencia como un proceso y no solamente como un día en que todo mágicamente ocurre.

CUZCO, 1814: REBELIÓN Y SILENCIO

¿Se puede afirmar que los peruanos ya estamos viviendo el Bicentenario?

Es lo que nosotros postulamos, porque cronológicamente se cumplen los 200 años de muchos eventos importantísimos dentro del proceso de independencia. Este año, por ejemplo, se conmemoran los 200 años de la Rebelión del Cuzco, un suceso importantísimo. Fue una rebelión bastante radical, incluso más, en su discurso separatista, que la rebelión de Buenos Aires, la de Quito y la de Charcas, y hasta que la de Hidalgo, en México, en 1810; éstas desafiaron a la autoridad española en América, pero no cuestionaron la autoridad del rey de España, como lo hizo José Angulo, el líder más radical de la rebelión del Cuzco. Sin embargo, no se le da la importancia debida por razones, en primer lugar, de larga duración. Si te pones a estudiar los libros de “historia nacional” escritos en el siglo XIX, descubres que se trata de un silencio muy antiguo.

Mariano Felipe Paz Soldán escribió una de las narrativas más importantes de la historia republicana en la década de 1860. Para él, la historia de la independencia comenzaba con San Martín; se inicia literalmente con los preparativos de San Martín en 1819. Lo interesante es que Riva Agüero, en su Historia del Perú, de 1910, critica a Paz Soldán porque no menciona ninguna de las rebeliones que antecedieron a la llegada de San Martín. Existe no solo el silencio con respecto a estos hitos importantes, separatistas, sino también conciencia en relación con este silencio de parte de otros historiadores.

¿Por qué este silencio?
Una de las razones por las que se silencia estos hechos es que hubo una radicalidad y un grado de violencia de los que no se quiere tener memoria. Creo que hay que entender, en primer lugar, la radicalidad de las rebeliones y, en segundo, quiénes fueron los afectados y sus herederos. En 1814 los rebeldes del Cuzco mataron a dos intendentes. Eso fue algo tremendo, porque la autoridad del intendente era la que le seguía a la del virrey en las provincias. Luego hay que preguntarse: ¿Quiénes han contado la historia? El regente de la Audiencia del Cuzco era Manuel Pardo y Rivadeneyra, un personaje muy distinguido que fue apresado por los rebeldes y que por suerte salvó de morir. Su hijo, entonces niño, era nada menos que Felipe Pardo y Aliaga, quien tendría un papel importantísimo en la política peruana de la primera mitad del siglo XIX, y que fue padre, además, del primer presidente civil que tuvo el Perú, Manuel Pardo y Lavalle, que a su vez fue padre de otro presidente, José Pardo y Barreda.

Lo que quiero decir es que los afectados por la violencia de los revolucionarios fueron los miembros de la clase que ha gobernado el Perú. Escritores eminentes, intelectuales ilustradísimos, que evidentemente no guardaban un grato recuerdo de los rebeldes, pues los recordaban como hoy a un terrorista, fueron quienes tuvieron en sus manos la elaboración del discurso oficial. Yo he seguido a estos personajes porque es importante tomar en cuenta quién está escribiendo la historia.
Del lado opuesto, las personas que han querido glorificar la historia de Pumacahua y de los hermanos Angulo, líderes de la rebelión del Cuzco, han sido intelectuales de provincia, arequipeños, cuzqueños, piuranos, y también algunos militares. Los militares consideran esta rebelión muy importante: hay que recordar que los hermanos Angulo eran miembros disidentes del Ejército español, que se convirtieron en revolucionarios. De los intelectuales de provincias que han reivindicado la rebelión y a Pumacahua, algunos, como Luis Antonio Eguiguren, han tenido un rol político importante; él escribió uno de los pocos libros que existen sobre la rebelión del Cuzco, en 1914, al conmemorarse su centenario. Allí cuenta que el primer Congreso de la República en 1823 —cosa que es muy interesante— declaró a Pumacahua y a Vicente Angulo (el menos radical de los hermanos) como “beneméritos a la Patria”, y dispuso que “sus nombres se colocasen a la par de los más celosos defensores de la independencia”. Es decir, hubo un momento en la historia en el que estos personajes fueron reconocidos como iniciadores de la Independencia, y luego esto se olvidó, quizá por una historia de violencia que no querían recordar ni uno ni otro lado. Es complejo que en tantos años estos hechos no se hayan estudiado; ¿por qué estas historias, con sus momentos tan expresamente separatistas, se han convertido en un pie de página en las narrativas de la Independencia?

La élite que tuvo en sus manos el poder de articular la narrativa del origen de la República había sido afectada por las rebeliones.
Así es. Y otra de las razones es que ellos peleaban del lado opuesto, eran representantes de los españoles. Para hacerlo más breve, una de las conclusiones que yo saco de mi trabajo y que me motiva a hacer una convocatoria para debatir sobre la independencia consiste en que, luego de estudiar los casos individuales de los personajes que estuvieron en uno y otro bando, colijo algo muy claro: salvo excepciones, los fundadores de la República no fueron los personajes que estuvieron luchando por la independencia, sino los que la combatieron. Empezando por Gamarra, La Mar, Domingo Tristán, Orbegoso, Castilla: todos, antes de la llegada de San Martín, estaban luchando por el Ejército español. Cambiaron de bando cuando llegó San Martín. Personajes como el propio Gamarra, caudillos importantísimos en la fundación de la República, persiguieron tenazmente a los rebeldes del Cuzco. Por lo tanto, ¿qué pueden contar en sus biografías? Yo encuentro que el silencio empieza en estas biografías, en sus memorias escritas, cuando ya había triunfado la República.
No se le puede echar toda la culpa a un historiador. Paz Soldán probablemente partió de los recuerdos de sus familiares, las familias distinguidas de la época, los Pardo o los González Prada. El abuelo de Manuel González Prada, por ejemplo, combatió a los rebeldes de Huánuco en 1812, siendo intendente de Tarma. La élite a la que pertenecen personajes eminentes de la historia peruana combatió a los rebeldes; ¿qué historia podemos esperar que nos cuenten? Una minoría estuvo con los rebeldes del Cuzco en 1814 y 1815; por ejemplo, Benito Laso, diputado por Puno, pero esas voces se fueron apagando con el correr del tiempo.

Según Basadre, un país más integrado hubiera surgido de la rebelión del Cuzco.
No podría decir si el Perú que hubiera resultado de un triunfo de la rebelión sería mejor, pero sin duda sería distinto, porque el poder hubiera migrado al Cuzco, probablemente se hubiera dado una separación con Lima. El Perú no sería territorialmente el que conocemos ahora. Si sería mejor o peor, no podría decirlo. Los historiadores no podemos responder preguntas contrafactuales. Las preguntas contrafácticas no son preguntas que se puedan responder en el sentido de determinar quién tiene razón; son preguntas destinadas a hacerte pensar que la historia pudo tener otro desenlace, no si hubiera sido mejor o peor. Probablemente Lima no hubiera tenido el peso político que tiene hasta hoy, probablemente éste hubiera sido otro país.
Es difícil concebirlo. Pero ya que mencionas este punto, una de las particularidades del Perú que lo diferencian de Ecuador, de Bolivia o de Colombia es que el poder de la capital no tiene un contrapeso de otro poder regional semejante, y ésta ha sido una de las razones por las que Lima tiende siempre a mirarse a sí misma. En Ecuador tienes la rivalidad perpetua entre Quito y Guayaquil. En Bolivia, entre La Paz y Sucre, una ciudad con más tradición colonial, y la otra comercial; por otra parte, tienes el peso de Santa Cruz en el oriente boliviano. Los poderes económicos están más esparcidos y terminan balanceando el poder de la capital. En Colombia tienes por lo menos cinco ciudades con similar cantidad de habitantes y con desarrollos económicos similares, de modo que Bogotá no está aplastando al resto.

En el Perú el problema es que tenemos una Lima demasiado poderosa. El poder económico está junto al poder político y eso crea un desbalance muy grande que ocasiona este tipo de sociedad como de la que has estado hablando, una sociedad estamental. Lima se ha sentido muy superior al resto, con consecuencias que se expresan en relación, por ejemplo, con connotaciones raciales.

DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS

A 200 años de todo este proceso, ¿cómo ha cambiado el Perú?

Esa pregunta es más difícil. Ha cambiado mucho y también poco, ¿no? Las dos cosas son ciertas. Pienso en los cambios que ha tenido el mundo en general. El Perú era un país completamente rural, y desde 1940 en adelante se transforma en un país urbano, pero éste es un cambio que también ha acontecido en el resto del mundo. El mundo se está volviendo urbano; las poblaciones que antes eran mayoritarias ahora están siendo minoritarias.

¿Qué impacto tiene eso en la política? Yo creo que mucho. Lo que yo veo como historiadora es que el lugar marginal que tiene la sierra ahora no lo tenía antes. La sierra era un centro político y un centro económico durante la Colonia. Pienso que uno de los cambios más grandes es que la sierra ha dejado de ser un centro: el centro económico que fue durante la Colonia y el centro político que fue en el siglo XIX, y eso tiene repercusiones en la valoración que se da a las poblaciones que viven en la sierra, que en cierto momento empiezan a ser vistas como aisladas, como atrasadas.

Otro de los cambios importantes se ha dado en materia de ciudadanía, en la que ha habido idas y vueltas. Hay progresos que se pierden y se vuelven a ganar. Durante el siglo XIX el acceso a la ciudadanía no ofrecía muchas restricciones formales (para los hombres, por supuesto); sin embargo, en 1896 se establece una limitación según la cual para ser ciudadano hay que saber leer y escribir. Allí se crea toda una exclusión a un sector mayoritario al que solo se restituyen sus derechos con la Constitución de 1979. Uno de los cambios es, entonces, que ahora los no letrados pueden votar. Y, por supuesto, también las mujeres, que estuvieron excluidas desde un inicio.
En definitiva, cuando me pides un resumen de los avances en estos 200 años, yo te digo que ha sido un recorrido sinuoso. Mi conclusión, por lo menos respecto del tema de la ciudadanía, es que sí ha habido una ampliación favorable a un sector de la población que no estaba incluido en la esfera de los derechos ciudadanos. Sin embargo, esa misma democratización ha provocado una reacción racista muy fuerte. El racismo surge precisamente como una respuesta a la democratización, al hecho de que los ciudadanos que cierta élite acostumbraba a ver siempre “desde arriba”, ahora pueden ir a los sitios donde antes no podían, a ciertas tiendas y escuelas. Es entonces cuando surgen marginaciones en respuesta a que un sector de la población tiene más derechos y también más poder adquisitivo. No hay para mí ninguna contradicción entre la democratización y el racismo. Por el contrario, el racismo tan abierto que vemos ahora es una respuesta a la democratización.

LA HERENCIA DE SENDERO Y LA DIFICULTAD DE PENSAR LA HISTORIA

Romper con la visión de la historia, tal como la presentan los textos escolares, como una verdad que ya está dada, afectaría radicalmente la conciencia respecto de los orígenes del país.
En otros países los medios de comunicación cumplen un rol importante. Yo veo en Internet los programas de la televisión pública en Estados Unidos: siempre entrevistan a historiadores, y los acontecimientos que se plasman en sus narrativas históricas tratan de basarse en las investigaciones más recientes, que son por lo general las que desencajan las narrativas convencionales.

Algo así se podría hacer en el Perú. Lo que no sabe la gente que está fuera de la disciplina es que la historia de cada generación cambia, reclama otra narrativa. Sin embargo, hay también cosas que permanecen inalterables. La idea de presentar a San Martín como héroe máximo de la Independencia no ha cambiado desde hace un buen tiempo, cuando son precisamente los cambios y las continuidades lo que estudiamos los historiadores: por qué algunas narrativas cambian y por qué otras permanecen.

Si el presente exige nuevas lecturas del pasado, ¿qué significa descentralizar la memoria de la Independencia?
Incorporar las lecturas de las regiones, tanto la contribución de los protagonistas de los hechos al proceso de independencia, como el aporte de quienes han escrito desde las regiones sobre sus historias. Descentralizar tiene esos dos sentidos muy claros, no pensar que simplemente porque algo sucede en Lima es más importante.

Ante el Perú de hoy, mayoritariamente urbano y de orígenes andinos, ¿qué aspectos debería contemplar una nueva interpretación de la historia republicana?
Te voy a dar un ejemplo, porque es más fácil ver lo que ha pasado que lo que está pasando. Un ejemplo de cómo la historia responde a una realidad actual se dio durante el gobierno de Velasco. Se construyó una narrativa nacionalista e indigenista de la Independencia que antes no había existido como discurso oficial desde el Estado. Se saca a Túpac Amaru de sus casillas cuzqueñas y se lo pone como el héroe máximo de la revolución de Velasco, pero también de la independencia nacional. Ésa es una muestra. En ese momento había movimientos masivos de campesinos, tomas de tierras, todo un movimiento internacional que favorecía cambios revolucionarios, el auge de la izquierda en América Latina. La historia, que había ignorado a estos personajes, comienza a incorporarlos.
En el Perú de hoy, la dificultad que tenemos para que la historia escrita se ponga a tono con el presente es la violencia de Sendero Luminoso. La violencia de Sendero ha ocasionado la retracción de una perspectiva que tendría que darse en la historiografía en torno a las poblaciones rurales. Como tú bien dices, muchas personas antes vistas como migrantes pobres ahora se pueden considerar burgueses o empresarios o gente aspirante a clase media, o que por lo menos han tenido capacidad adquisitiva cercana a la clase media. Esta nueva realidad no necesariamente se plasma en una nueva historiografía. Sin embargo, creo que es cuestión de tiempo, porque los historiadores tienen que procesar el presente.

Algo que dificulta la creación de una narrativa que responda a la nueva realidad es que la historia como disciplina no tiene la importancia política que tenía antes en la construcción de identidad. La gente no necesariamente acude a la historia para definir la identidad nacional, algo que sí sucedía antes. Ahora la identidad nacional pasa por lo culinario y por lo deportivo. El nacionalismo de Marca Perú te define según qué comes, qué consumes, y no necesariamente por quién es el héroe nacional. La historia ha sido desplazada, como instancia que define la identidad nacional, por otros elementos, de modo que los chefs y los deportistas tienen un rol más importante. La cuestión mediática cobra preeminencia.

Por eso siempre digo que estamos en la era del “historicidio”, y para entenderlo hay que ver la confluencia de dos factores. Un factor global, que es la tendencia al consumismo: “Yo soy mientras consumo”, “soy mientras tengo plata”. El otro es la herencia de Sendero. La herencia del terrorismo nos inhibe de crear nuevas narrativas históricas y propende más hacia el olvido. La gente no quiere hablar de violencia, no quiere hablar de temas conflictivos; cualquier historia que tenga que ver con revoluciones, campesinos e indígenas es vista como un tema fastidioso que no se quiere tocar. Por eso hoy es mucho más difícil hablar de la independencia que en tiempos de Velasco.

¿Por qué la nueva mayoría urbana no reclama una nueva historia y se conforma con recibir lo que ya está dado?
Habría que preguntárselos a las personas. Yo pienso que ése es un desafío para los historiadores: ¿Qué lugar tenemos ahora frente a la sociedad? Pienso que la gente se adhiere a lo más tangible, y estamos en una era que desincentiva las carreras de humanidades, o, mejor dicho, todo aquello que no te va a hacer ganar más plata. Se promueve la idea de que lo más importante es tener una posición social, ganar dinero. Es un proceso que se ha vivido antes en otras sociedades cuando se da un cierto desarrollo económico: las carreras de humanidades tienden a perder peso. Es cuando hay una crisis económica que la gente de las ciencias sociales damos más respuestas, pero cuando hay un auge económico la gente se concentra en otras cosas, no está reflexionando. Hay una idea de triunfalismo en el Perú. Cuando hay triunfalismo, ¿quién va a acudir a las ciencias sociales? A las ciencias sociales y a la historia acudes cuando algo no funciona, y, obviamente, para mucha gente que no quiere ver los problemas del Perú, la historia no es necesaria.

Por otro lado, la gente que tiene una visión crítica respecto al extremo consumismo sí acude a la historia. Le gente que protestaba en Bagua, por ejemplo, en los años 2008 y 2009, sacaba banderas con la imagen de Túpac Amaru y Mariátegui, aunque no tenían nada que ver el uno con el otro; lo relevante es que cuando la gente está reclamando derechos sí se inspira en la historia.
Hay complacencia con el auge económico por parte de ciertas capas medias. Las universidades, por su parte, tampoco dan prioridad a la enseñanza de las humanidades. El ciudadano es un consumidor, no es un ciudadano con derechos. La idea de los derechos no está presente en la concepción actual de la ciudadanía, sino la idea del consumo.

Pareciera que la sociedad se acerca a las humanidades y a las ciencias sociales cuando necesita terapia.
Pero te diré que en el arte sí se está retomando a los personajes históricos. Los artistas están trabajando mucho con temas históricos. Pienso en un artista tan importante como Fernando Bryce, por ejemplo, que trabaja mucho con la historia, incluso con fuentes como periódicos. Yo veo en el arte las historias y los personajes que son hoy tabú en la historiografía peruana, que no se quiere tocar, sobre todo cuando se habla de la Independencia, como Túpac Amaru. Lo que la historiografía silencia está siendo reclamado

LOS ANDES