Maritza Espinoza
¿Qué te ha dado el budismo?
Mucha paz interior y mucha calma mental. Ni los lamas ni nadie están libres de la vejez, la enfermedad, la muerte. El cambio es una constante en nuestras vidas. Todo a lo que nos podemos aferrar –nuestros afectos, nuestros hijos, nuestros objetos– está sujeto al cambio. Lo único que tienes, lo único permanente, es tu estado espiritual, y es lo único que te llevas contigo si te vas a otra vida.
¿De dónde nace tu relación con tantos lamas que han llegado a Lima?
Eso definitivamente tiene que ser kármico. Pienso que en un país tan lejos del Tibet como es Perú, gente como Gianfranco Brero, Rosario Verástegui, Juan José Bustamante y todos los que hemos empezado en el budismo juntos, tenemos que tener unos vínculos kármicos muy fuertes…
¿De otras vidas?
Sí. Claro que sí. Comenzamos juntos a principios de los noventa. El Lama Ole Nydhal llega por primera vez en 1990, nosotros lo conocemos en el 91 y, después, el Lama Namkhai Norbu llega en enero del 93 y se queda aquí en mi casa. Yo empecé a alojar a los lamas, porque tenía una casa con varios dormitorios y había espacio (risas).
¿Qué te sedujo del budismo?
Del budismo, lo primero que me impresionó es la actitud de los maestros: la compasión, la ecuanimidad. Una vez, a un lama le robaron su pasaporte con todos sus documentos y su dinero. Sin embargo, ¡ni se inmutó!
Algunas historias de tu libro son increíbles, como la del lama traslúcido.
¡Ese, el lama Lopong Tsechu Rimpoché, era extraordinario! Es que realmente por eso escribí el libro, porque los personajes son increíbles.
¿Pero de verdad se podía ver a través de ese lama?
Un amigo, Ricardo La Serna, le tomó una foto y no salió. Salieron los muebles, salió la pared, pero no salió él. ¡Yo he visto la foto! Y otras personas, cuando lo miraban, veían a través de él.
¿Y es cierto que también levitaba?
No levitaba, pero como que caminaba en el aire. O sea tenía unos pasitos muy rápidos, pero a la hora que agarraba cierta viada como que se deslizaba con una rapidez increíble. ¡Era un señor que tenía más de 70 años!
¿Se trata de gente excepcional?
Los lamas que he conocido, que tienen mucha práctica, sí. Por ejemplo, este lama transparente había tenido prácticas con un gran maestro y, luego, en solitario, en una cueva, por mucho tiempo. Tuvo un gran desarrollo espiritual. Sí, diría que son seres excepcionales.
¿A cuántos lamas has alojado?
Como cuatro o cinco. Aparte de profesores de budismo, porque también estuvo acá un traductor del Dalai Lama, un norteamericano que vive en Dharamsala. También estuvo un alto funcionario del Tibet House, que no era lama.
Pero en tu libro cuentas un encuentro con el propio Dalai lama…
Sí. Ese encuentro a las cuatro de la mañana en el aeropuerto también es una cosa inédita. No había posibilidades de que él viniera al Perú en ese momento, porque era el gobierno de Fujimori, que era pro chino, y los chinos tienen la política de que el Tibet es chino y que el Dalai lama es su enemigo número uno.
Pero no llegó en forma oficial, ¿no?
No, esa vez no. Fue un encuentro clandestino en el salón VIP del aeropuerto Jorge Chávez. Inclusive el gobierno de Fujimori, de una manera despreciativa hacia el Dalai Lama, mandó un funcionario de tercer nivel.
De todas las historias de tu libro, ¿cuál es la que más atesoras?
No sé, todas tienen algo especial. Quizá la más particular para mí es La muerte con su maestro, que es la muerte de Javier, que fue mi pareja, mi compañero de doce años, y obviamente es la que más he sentido, por la pérdida.
El budismo cambia tu percepción de la muerte. ¿Cómo se manifestó ahí?
Con serenidad, con tranquilidad, con una buena muerte. El budismo tiene la particularidad de darte una buena vida, porque eres más feliz. Te da una tabla para surfear todos los problemas. Si no tienes una filosofía, una práctica interior, es como que estás de espaldas al mar y cada vez que viene una ola te revuelca.
Pero la muerte es el problema más irreversible, ¿no?
El miedo a la muerte lo tiene todo el mundo. Pero a la hora que haces una práctica como el Phowa, que es de preparación para la muerte, entiendes que no eres tu cuerpo, sino que tienes tu cuerpo y que existe una realidad más allá de la muerte.
¿Desde cuándo piensas así?
Desde que hice el Phowa en el 93 creo, con el lama Ole Nydhal. Esa es una cosa bastante especial. Los lamas muy desarrollados tienen estados permanentes de realización, pero cuando tú haces prácticas con ellos, como que te dan una ventanita, una chispita de esa realización. Es un instante que tú pruebas un poco de una felicidad muy grande.
¿Pueden contagiar su felicidad?
Claro. El lama Ole Nydhal, por ejemplo, es una de las personas más felices que conozco. Digamos que cuando tienes una gran felicidad adentro tuyo, una gran paz, o ambas cosas, tu capacidad de dar aumenta. Eso es lo que es más o menos el budismo.
LA FICHA
Nací en Talara hace 64 años. A los 18 años estudiaba Letras en La Católica en 1969 y, un día, vi un letrero que decía: Prácticas espirituales de los lamas tibetanos. Fue allí que conocí a Onorio Ferrero, mi guía espiritual y el de un grupo de estudiantes que, casi medio siglo después, seguimos ligados al budismo. Desde entonces, he conocido a muchos lamas y a algunos incluso los he alojado en mi casa. Por eso decidí escribir Lamas en Lima, un libro de historias sobre mis experiencias con ellos. Lo presentaré hoy, a las 7pm, en El Virrey de Miraflores.
LA REPÚBLICA